Gloria se hace llamar bruja. Con lo que me gustan a mí las brujas. Lo primero que las chicas me cuentan sobre Gloria es que su taller tiene un símbolo de una brujita volando. Lo que Lizz y Vir no saben es que la crónica que escribí sobre mi viaje, hace dos días, es de una brujita volando, y lo que tampoco saben es que hablo de la sincronicidad y las coincidencias, como esta de recién.
Ella hace pociones me cuentan y yo me derrito de emoción (si se me permite la metáfora)
Siguiendo la línea de la magia, las-les-los invito a leer mi nueva aventura:
Como una nena, de nuevo, aparezco jugando en el lugar adecuado y menos esperado. Parece a propósito, pienso, ¿es acaso una coincidencia o un episodio sincrónico? Elijo ir por la creencia de la sincronicidad, como sostiene una de mis escritoras favoritas en su teoría sobre el camino artístico. Julia lo vincula con el juego y la niñez, plantea en su hipótesis que cuanto más nos conectemos con las reglas de nuestro juego y mayor compromiso tengamos con nuestro niño interno, empezarán a aparecer posibilidades que potencien nuestro juego, deseo y creatividad. Y sí, cada vez me tomo más en serio mis viajes 2.0 y como consecuencia parece que el contexto empieza a accionar ofreciéndome su movimiento, jugando conmigo. Pienso esto mientras me doy cuenta de que vengo a escribir a un aeropuerto sin intenciones de tomar ningún avión. En los años que mi padre tiene trabajando como piloto jamás tuve que venir a buscarlo a su trabajo y hoy por primera vez, justo cuando tenía cita para viajar a la distancia en mi departamento, me pide que lo busque por acá para ir junto a él a Giles, a pasar navidad con mi familia.
No pude ocultar mi sorpresa cuando el único taxi que pudo traerme en esta fecha solo accedió a buscarme dos horas antes de lo que deseaba, dejando así una gran espera en un aeropuerto pequeñito. Era eso o no tenía cómo llegar a él. “Justo cuando tenía cita para viajar, pienso” Sin mucha resistencia, por temor a no llegar a la celebración familiar, decido aceptar la propuesta de Martín, el taxista, cargar todos mis petates para la celebración del fin de semana, inclusive mi computadora y llegar antes a la espera de mi padre. ¿Esto será producto de la magia de Gloria? – Pienso ahora-
Y así es como estoy acá a punto de despegar en mi compu, con maletas armadas y sonidos de jet privados por todos lados imaginando cómo estará el clima en mi próximo destino: Llifén, donde mi nueva guía, Gloria la artesana de hoy, tiene su terreno.
Cierro los ojos, me concentro en el ruido de los aviones y me veo sentada en uno de esos asientos de cuero clarito con olor a emoción. No es un jet privado, es el ultraliviano de papá, en el que volé por primera vez cuando tenía seis años.
Deberían hacer perfumes inspirados en la sensación que genera despegar los pies de la tierra o visitar algún espacio nuevo – pienso mientras miro la pista que comienza a moverse al igual que mi cuerpo entregado a la fuerza de la máquina-.
Papá me debe una, y en este texto se la voy a cobrar. Desde siempre llevó a volar a toda mi familia en ese avión, pero una vez a Cuquita, mi abuela, su suegra, la llevó en palabras de ella “a visitar un río donde vivían habían unos patos.” Recuerdo esa tarde la sensación de maravilla, deseo y ansias que tenía por ir a ver esos patos. ¿Cómo será ver patos desde el aire? ¿Y el agua? Aquella tarde, a mis seis años, le hice prometer que me iba a llevar a ver patos. Nunca sucedió. Nunca hasta el día de hoy dónde vamos a montarnos en búsqueda de ríos, patos y peces.
Durante mi vuelo 2.0 investigo sobre Llifén, lo que conozco es tan solo aquello que he charlado con las chicas de artisanNow y Dos Romeros, fundamentalmente la historia de Gloría, su trabajo como artesana donde crea “pociones naturales” en forma de jabones y aceites a partir de lavanda, romero y eucalipto – entre otros – algunas de sus materias primas cultivadas por “viejitas” de la zona que se lo proveen y otras como en el caso especial de la lavanda, por ella, en un gran mar de plantas que cuida a los pies de un cerro mágico, todos estos relatos que me cuentan las chicas fueron inspiración para mi viaje.
A primera vista cuesta encontrar información sobre Llifén, intento buscar por otros lados en la web y caigo en una reconocida página de búsqueda turística que no me proporciona mucha data. Ya desde el aire, miro hacia el costado, las escultóricas montañas y ríos ya me anuncian que estamos llegando al sur y pienso ¿Que mejor entonces que recurrir a google maps y arrancar nuevamente una aventura sin precedentes? Mis manos teclean Llifén en google maps, como todavía estamos en el aire elijo el modo satélite y la magia sucede. Ahora si, vuelo con papá sobre Llifén, no veo patos pero la silueta del territorio contiene playas, termas, bosques y campings. Le pido a Daniel, mi padre, que bajemos un poco para ver más de cerca la “Playa Huequera”. Al descender veo veleritos que imagino practican pesca, y cabañas y campings cerca de la zona. El agua es de un azul puro y el sol el día de hoy cumple su función vital: ilumina, revitaliza y engrandece el territorio. Pido que peguemos una vuelta recorriendo la costa, con mayor altura para ver qué más podemos descubrir. Ahí, google maps me muestra que hay varias “Cocinerías”, una particularmente me llama la atención se llama “Cocinería ROSITA” y automáticamente me invaden unas ganas inmensas de sentarme a pedir alguna comida típica en ese bosque maravilloso junto a papá. Mis deseos son órdenes, pues soy una bruja en potencia y estoy a cargo de mi viaje. Aterrizamos en una autopista cerca de la Cocinería Rosita y desplego el street view para llegar hasta allí. Google me regala fotos hermosas, con la primera foto ya quedo impactada: Una casita de techo a dos aguas con una montaña hecha bosque a sus espaldas me quita el aliento. Si pudiera como Alicia en el país de las maravillas tomar en un frasquito una sensación, ésta sería la elegida: Cuando el aliento se te quita ante la sorpresa y uno se maravilla ante un nuevo espacio.
“Parece de cuentos” si he escuchado y dicho esa frase tantas veces, pero no encuentro otra más atinada. De nuevo, los cuentos me recuerdan a la infancia, a la imaginación, a lugares lejanos, particulares y únicos creados como fotos únicas de nuestro imaginario a partir de un relato. Bueno, la cocinería de Rosita se parece a todo eso. ¿Gloria vendrá por aquí? ¿Se conocerán? ¿Comerán juntas? Reviso las fotos que me enviaron las chicas sobre el campo de lavandas de Gloria y pienso que deberían conocerse.
Camino un poquito más, no tengo muy en claro si estamos haciendo bien en pasar por debajo del alambrado de las fotos pero allí nos metemos, entre flores silvestres de todos los colores, el ruido del viento y de algunos bichitos dando vuelta. Tocamos la puerta, y tal como lo indica en internet, nos abre la puerta una señora idéntica a la de las fotos. Cierro los ojos y puedo oler el delicioso pastel de choclo que come la pareja de internet. Y no me aguanto, y quiero saber qué más hay, curiosa siempre abro el buscador y encuentro una nota que le hicieron a Rosa Perez, fundadora de “Cocinería Rosita” publicada en el 2015. Leyendo me entero que es un emprendimiento familiar creado hace ya catorce años (en la nota cuenta que fue hace siete años su inauguración, igual que la nota que tiene otros siete casi) que tiene lugar en su propia casa “ubicada a unos 300 metros del cruce de Llifén en callejón San Vicente de camino a la playa conocida como piedra azul” También en el artículo cuenta “su deseo de expandirse y armar una terraza”. Ahora toda curiosa me pregunto si la habrá realizado.
Termino mi pastel de choclo, pedimos la cuenta y satisfechos, partimos de nuevo al avión de papá. Escucho el motor, levantamos los pies, me despido de las montañas, cierro los ojos y olfateo lavanda. Ahora pienso en Gloria, en su magia, su trabajo, Aquaflora, sus aceites y su elección de vida en Llifén. La imagino como una figura inspiradora para todas aquellas que apuestan a vivir en territorios rurales llevando a cabo su negocio, pienso de nuevo en la red y no puedo evitar sentirme un poco más mágica. Un rato después los abro y me reencuentro con mi papá en el Aeropuerto. Estamos en Buenos Aires, rumbo a Giles a celebrar navidad en su auto. Él desconoce el viaje al cual nos acabó de sumergir y a toda la gloriosa gente que conocimos.
Una vez más deseo que viva la magia, y que celebremos la red que nos permite volar aún sin movernos de casa.